La violencia sutil, invisible, intangible, penetra sin ser percibida. Está, sin embargo, presente en múltiples miradas. Aquellas que atraviesan los cuerpos, las que clasifican y encierran toda la complejidad de las personas en categorías que diferencian, reducen y simplifican. Aquellas que problematizan la diferencia, ya sea territorial, cultural o social y refuerzan las fronteras espaciales, geográficas o simbólicas para instalarse en un imaginario que, colonizado, te obliga a escoger quién eres tú y cuál es tu identidad.
Articula los discursos de políticos/as, medios de comunicación o conversaciones cotidianas. Las convierte en voces legitimadas, reconocidas, institucionalizadas, que totalizan el espacio discursivo y producen silencios al invisibilizar la diversidad de relatos y saberes que habitan esa realidad.
Identificar la producción de estas ausencias permite incidir en la intencionalidad que subyace a las relaciones de poder que narran una sola historia, en las normativas que niegan derechos, en los procesos administrativos que no reconocen el bagaje cultural y educativo de origen, en las prácticas institucionales que no reconocen todas las vidas vividas y desvalorizan la experiencia y la emoción como forma de conocimiento válida.